Martina Vidret
Hay personas que tienen el talento casi inhumano de proponerse algo épico, difícil, que no ha sido hecho nunca antes, y lograrlo. Marcelo Zabaloy, escritor y traductor bahiense, es una de ellas: después de traducir Ulises y Finnegans Wake al castellano, este año publicó Odiseo, otra versión del Ulises, esta vez sin la letra “a”.
¿Lo guía la obsesión? ¿El amor a Joyce? ¿Al lenguaje? ¿Qué encuentra Zabaloy en la literatura y en la traducción que no encuentra ninguno, o casi ninguno, de nosotros?
Empecemos por lo primero: ¿por qué traducir el Ulises, cuando ya había traducciones antes?
Porque hace falta. En realidad, todos deberían traducir el Ulises, sería magnífico. Cada lector tiene una traducción distinta, solo hay que buscar dónde publicarla. No harían más que enriquecerse mutuamente. Yo arranqué a traducir el Ulises porque quería leerlo, aguijoneado por los comentarios. Me dieron ganas de saber qué tan difícil era. Lo quería leer en inglés, además, para no caer en malas traducciones, o en cuestionar al traductor. Siempre terminan pagando los patos los traductores. Las primeras páginas las leí en la Asociación Cultural Inglesa de Bahía Blanca, y me encantó. ¿Por qué traducirlo? Tardé un año en leerlo, y se me escaparon muchísimas cosas, así que empecé a releerlo. En el episodio 17, Bloom hace una comparación entre la luna y la mujer, que es preciosa, y se la quería leer a mi mujer. Se la traduje, y se la leí. Me tardó toda la tarde traducir esas diez líneas. Traducir el libro me tardó cuatro años, más seis de corrección.
¿Y por qué de nuevo? Debés ser la única persona en el mundo que hizo algo así.
Era mi descanso sentarme a traducir. ¿Qué hacés cuando se te acaba el disfrute? Empezar de nuevo. Después del Ulises seguí con Finnegans Wake, que me tomó otros siete años. Es droga. Yo nunca fumé más que Marlboro, no conocí la droga hasta el Finnegans Wake. Te tenés que meter tanto en el mundo de las palabras, y distorsionar tanto el lenguaje para darle sentido, que el tiempo pasa solo. No tenía que laburar mucho, trabajo en una agencia de viajes con mi hijo y podía viajar. Pasé un mes y medio en Francia leyendo las circunstancias en las que Joyce había escrito el Finnegans Wake. Lo más parecido al verdadero amor era bajarse del metro y entrar a la biblioteca. Publiqué el Finnegans. E allora? Empecé con Perec, con La disparition, que acá se tradujo como El secuestro, sin la letra “a”. Yo la hice sin “e”, como había hecho Perec, titulada La D’ su aparición, y sin la “a”, El de ese Perec ido. Después de terminar esas dos, de nuevo: ¿qué hago? Probé con la primera página del Ulises, sin “a”.
El cover del cover, ¿no? Editaste tu propio archivo de la traducción.
Agarré la ortodoxa para hacer la heterodoxa. No le falta ninguna palabra, ni una sola estrofa de verso. Sigue el texto original, de 1922, al nivel de las comas, algo que ni siquiera la edición de Gabler de 1986 hace.
¿Y con los nombres qué hiciste? Porque Dedalus, Mulligan, llevan “a”.
Stephen Dedelus, Buck Mulligen. Cambié París por Clichy, también. Son licencias. En la primera aparición de Dedelus dice: “sustituir la segunda ‘e’, donde ‘e’ no es ‘e’ ni ‘i’ ni ‘o’ ni ‘u’”. Suficiente. Aristóteles es Oristóteles, Santo Tomás es S. Tom. La Virgen María es Virgin Mery. Shakespeare es Shekspierre, Hamlet es Homlet. Las direcciones de Dublín las cambié, también, pero con el mapa de Google a mano. Es como caminar por Junín, México o Avellaneda. Si tenés que poner San Juan, poné Entre Ríos. Lo importante es que las intersecciones existan. Además, en un 70% coinciden igual, porque el inglés no usa tanto la “a”.
Otra cosa que aparecen son notas al pie con distintas posibilidades de traducción.
Las notas son tomaduras de pelo a las notas al pie. En 2015 hubo una presentación del Ulises con Carlos Gamerro y Eduardo Lago. Edgardo Russo había fallecido el día antes. Lago vino a dar una charla sobre las traducciones del Ulises, y lo invitamos a comer. Le mostré la primera página de mi traducción del Finnegans Wake, y empezó a marcar palabras que él traduciría de otra forma. Estuvimos dos horas con esa sola página. En la presentación de mi edición, Eduardo mencionó a la edición crítica, próxima a publicarse, de Costa Picazo, como “la edición canónica”. Me agarró una chinche… Lo quería estrangular. Después se me pasó. La edición de Costa Picazo, profusamente anotada, de dos tomos, tenía notas mucho más eruditas que todas las demás. Mis notas tienen más acidez, y mencionan al borrowfesor, con patadas a la anotación. Si estás leyendo el Ulises, mencionar quién es Napoleón es innecesario.
Ya que lo nombraste a Gamerro: el Ulises tiene esta fama de ser enigmático, incomprensible, difícil, que se necesitan claves de lectura para entenderlo. ¿Vos coincidís con esta idea popular?
Si vos estás bien entrenado, subir el Cerro de la Ventana no va a ser difícil. Si vos salís de la cama, medio débil, no podés subir ni las lomas de Barrancas de Belgrano. Es falaz pensar que quien lee mucho es buen lector. Puede ser una basura como cualquier otra. ¿Qué necesitás para que sea fácil leer el Ulises? Que yo sepa, nada. No es fácil, no es sencillo: para mí es diez veces más trabajoso leer a Lacan que leer a Joyce. Libros más difíciles que el Ulises hay cientos, y los leemos creyendo que entendemos algo, y que son fáciles solo porque no tienen la fama de complejos. Yo agarro La ola que lee y no sé lo que dice. Nos frustra lo que no podemos manejar. El Ulises requiere tiempo, paciencia. No es ilegible. Si un libro te demanda tres años de lectura, a los tres meses no te acordás cómo empezaba. Son obstáculos, puestos ex profeso. Ahora bien: la gratificación que tiene leerlo es enorme. ¿Sirven las guías? Si no podés subir al Cerro de la Ventana solo, tener un guía, que te pueda anticipar algo de lo que viene, que pueda elegir el mejor camino, nunca viene mal. Toda ayuda que te conduzca a solucionar cómo hacer un bife, o cómo leer a Lacan o a Joyce, es bienvenida.
¿Y cómo engancha Joyce, si es que engancha, en la literatura latinoamericana?
No sé bien qué es la literatura latinoamericana, pero nunca agarré un libro que sea una copia de alguno de Joyce. Creo que es indiscutible que influenció a muchos autores. Cuánto hay de Joyce en Aira, no sé, pero lo nombra, y obviamente lo ha leído. Laiseca, en Por favor, ¡plágienme!, tiene Joyce por todos lados. Piglia también, se juntó con Chitarroni a traducir algunos pasajes del Ulises. El Indio Solari tiene mucho del Finnegans Wake en sus imágenes, son a veces tan difíciles de comprender, y tan geniales, como las de Joyce.
Vamos a algo más técnico. ¿Con qué obstáculos te encontraste en esta última traducción?
Cada capítulo pensaba: “Qué lástima, no voy a poder seguir. Seguramente, cuando llegue al siguiente capítulo, tenga que frenar”. Cada palabra era una negociación. Se me fue haciendo un hábito, y claramente no revisé lo que escribí sin “a”. Lo que más miedo me dio fue “Circe”, el episodio quince, del burdel. “Circe” me tenía que matar, yo creía que no iba a poder avanzar. Fue un trabajo de palabra por palabra, y aún con catorce episodios de ventaja tenía temor.
Tradujiste “navaja” por “cuchillo filoso como un bisturí”, que es literatura definicional, otro ejercicio oulipeano. Me pareció interesante esa búsqueda, en vez de poner cuchillo a secas.
Es que si ponía cuchillo no hacía ningún esfuerzo. Yo creo que navaja estaba ahí porque era la mejor, y cuchillo no es la mejor. La pregunta es cómo hacés que quede igual de lindo. Cuando vos llevás las cosas a semejante tensión, estás dando vuelta el guante. La forma es la misma, solo que ves las costuras. Un guante de cuatro dedos, por más de que lo des vuelta, no sirve. El texto, en muchos lugares, queda incluso mejor que mi versión original.
Es un poco la idea de la literatura potencial, la posibilidad de crear mejores sentidos con restricciones.
Es una máquina de pensar, es lo mismo que tener una manguera de tres metros y querer regar algo a cuatro metros: tenés que apretar el chorro. Esa restricción te obliga a pensar, y a pensar cuando escribís. Se puede decir, como piensa Aira, que la literatura tiene que ser espontaneidad absoluta, y no se puede corregir. Es un método. A él le funciona. Pero no todos tenemos que publicar tanto, hay distintas carreras para hacer. No todos tenemos que correr diez mil metros en pista, existen las carreras de vallas.
Vos trabajaste mucho tiempo traduciendo manuales de computadoras. ¿Encontrás algún vínculo entre la traducción de manuales y la literaria?
Eso lo hacía hace muchos años. Vendía y arreglaba computadoras, máquinas de escribir, calculadoras, impresoras. Internet era incipiente, y había que traducir los manuales para poder arreglarlas. Era una traducción engorrosa. También traduje para mi club de rugby un manual de entrenamiento de los All Black. Quizás, en común con lo literario, es que era en inglés, que era técnico y que demandaba mucho esfuerzo intelectual. Traducir te hace sentar el traste en una silla con un texto y crear algo que sea comprensible para vos y para otra gente. Siempre me gustó hacer cosas que nadie había hecho antes, nunca me gustó la competencia. ¿Dónde podés eludir la competencia? Donde no hay nadie. En el Finnegans Wake puedo dar razón de cada una de las palabras. No lo sé de memoria, claro, pero voy a mi archivo y sé de dónde salió todo.
¿Qué archivo?
Hay una página web que tiene todo Finnegans Wake, con un análisis de cada palabra incomprensible. Para cada palabra hay cinco o seis versiones. Es un archivo que recibe contribuciones y se alimenta de eso. Está en inglés, yo tuve que decir cómo ponerlo en castellano. El Finnegans Wake que traduje está hecho de 628 páginas, tanto en inglés como en castellano. Casi todas las páginas empiezan y terminan en el mismo lugar que el original en inglés, como para que la página 520 del original y la versión en castellano tengan casi lo mismo. Es algo que no se va a ver nunca, porque es complicadísimo. El vendedor de coches usados, Marcelo Zabaloy, lo hizo.
Soy tu fan, Marcelo. Y, para terminar: ¿ahora con qué andás?
Ahora estoy con Aira. Estoy reseñando sus libros, llevo cuarenta leídos. Si vivo dos años y medio más voy a tener leídos los cien. Y eso va a ser un libro. Todo, por supuesto, sin usar la letra “a”. Ese es mi chiste, yo hablo sobre Aira diciendo que es el célebre escritor pringlense.
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Marcelo Zabaloy (Argentina). Traductor autodidacta argentino. Es la única persona en el mundo que tradujo completamente las dos epopeyas modernistas del escritor irlandés James Joyce: el Ulises y Finnegans Wake. Publicó, además, una segunda versión del Ulises, esta vez lipogramática -sin la a-, titulada Odiseo.